Es evidente que el país no regresará a las condiciones en las que se encontraba al inicio de la pandemia. Lo que ahora vivimos no es un paréntesis pasajero sino una calamidad que de múltiples maneras azota la vida de las personas y la de la sociedad en su conjunto. Nadie escapa a su poder nocivo, pero la desigualdad también es factor para producir un reparto de daños generador de nuevas injusticias.

Si todavía no es posible ver la luz que indique el final del túnel, menos aún tenemos con qué predecir lo que serán las consecuencias, la variedad e intensidad de los perjuicios, así como el tiempo y los esfuerzos indispensables para ponernos de pie y poder intentar un futuro con un lugar para todos.

No habrá vuelta a la normalidad, por más que aquella no fuese la deseable y en muchísimos casos las tareas que sobrevengan tampoco serán las que habrían quedado pendientes. Lo que hoy es imperativo tener en cuenta, es que los retos serán más llevaderos si durante el tiempo de confinamiento y de lucha para contener la enfermedad también urgimos la imaginación y la capacidad de acción para aminorar las cargas que habrán de pesar sobre los más desprotegidos, para diseñar con claridad las fórmulas de cooperación con las que deban contribuir quienes tienen la capacidad y la responsabilidad para hacerlo. Emprender este camino desde el poder público y desde la sociedad sería la condición para sobrevivir al fenómeno, obteniendo de sus penalidades un mínimo de aprendizajes en los que podamos encontrar la materia para un piso menos vulnerable cuando llegue el momento de volver a empezar.

El aprendizaje por shock implica siempre los altos costos de una experiencia traumática, pero lo que es inadmisible es efectuar los pagos sin saber obtener un beneficio formativo.

El momento por el que atravesamos está costando vidas, sufrimiento y ya ha dejado ver los indicios de lo que pronto puede ser una avalancha de penuria muy dolorosa para un número incalculable de personas que verán pulverizados los frutos de su esfuerzo y para otros tantos que al salir de su casa no encontrarán la fuente de trabajo que les daba el precario sustento del día a día.

Ante la gravedad de la amenaza solo queda la posibilidad de pensar en construir lo que en condiciones de normalidad parecería imposible: un acuerdo general de corresponsabilidad y esfuerzo compartido a partir del poder público, orientado a racionalizar las formas y recursos para encarar los daños y a dejar sembradas las bases del proceso de reconstrucción de una organización social que termine con la curva creciente de  asimetrías en la distribución de las oportunidades.

El desafío que enfrentamos ofrece las circunstancias para convocar a la construcción de un gran momento, de valor ejemplar para nuestra vida colectiva;  urge demostrarnos a nosotros mismos la posibilidad de lograr la concordia como base indispensable de un nuevo pacto social. Producir y organizar una suma de acciones, ejemplares por su fundamento ético, orientadas a la construcción de la confianza.

El poder público debe convocar desde la buena fe a asumir lo que a cada quien corresponda poniendo al alcance los mecanismos transparentes que posibiliten los  compromisos concretos. Convocar y alentar sin condenas ni exclusiones previas. La conciliación implica magnanimidad. En la complejidad de soluciones que es necesario construir para enfrentar con la mayor eficacia posible esta crisis, debemos encontrar las fórmulas con las que todos los sectores y grupos de la sociedad se encuentren en condiciones de asumir las responsabilidades que a cada quien corresponden; hacerse cargo de la parte de solución que le concierne.

Nada nos hace más falta que rehacer desde la fuerza del Estado, y con el  compromiso de todos, las bases de la confianza que permita emprender un nuevo ensayo de convivencia que termine con la corrupción y las prácticas de exclusión, discriminación y abuso.

No tenemos por qué no intentar la posibilidad de un acuerdo de cuyos efectos deriven posibilidades de ser mejores después de la crisis y educar a partir de valores morales que nos hayan sido recordados por medio del ejemplo. Será mucho menos difícil alentar los aprendizajes orientados a la construcción de la vida republicana, a la realización de las expectativas de cada quien, al desarrollo integral del ser humano, a la justicia, la igualdad de género, a la autonomía ciudadana y a la perseverancia en la construcción de la democracia.

Miguel Limón Rojas

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