Siempre deja la ventura
una puerta abierta en las desdichas.

Baltazar Gracián      

El miedo es un mal compañero para encarar el futuro. Si lo dejamos ser, nos impedirá pensar y prepararnos serenamente para hacer frente a lo que sigue. Todo estará peor que ayer, salvo nosotros mismos, si es que podemos elaborar una mirada distinta sobre la realidad y contar con una voluntad reforzada para reemprender el camino. La incertidumbre será menos amenazante si nos proponemos identificar hacia dónde dirigirnos una vez que las puertas se hayan abierto para permitirnos dar una vuelta más a la vida.

No podemos esperar que alguien más venga a hacer lo que solo a nosotros corresponde y también sería equivocado ilusionar una realización individual ajena al destino colectivo. Nuestro anhelo de futuro carecerá de posibilidades si no estamos dispuestos a considerar el de todos. De ahí la importancia de reflexionar en los grandes pendientes que no han sido cubiertos, en las disparidades que no nos permitirán vivir en armonía hasta en tanto no hayamos sido capaces de atenderlas. En este orden de cosas, me parece que el tema de la democracia representa una prioridad fundamental para ser apreciada de manera integral.

Una vez que como país fuimos capaces de organizar elecciones confiables para acceder al poder, México pudo experimentar la alternancia a partir del año 2000 y depositar en ella la esperanza de resolver el gran problema de la desigualdad. ¿Es imputable a la democracia el no encontrarnos en el camino de lograrlo?

Intentemos aclarar: sin elecciones auténticas no se puede hablar de democracia, pero igual de importante es saber que la democracia no se consuma en la capacidad de votar y de contar los votos con veracidad. Tampoco basta la existencia de partidos políticos y de un complejo aparato dedicado a regular los procesos que den garantías a la competencia y a la disputa fomal. La división del poder prevista por nuestro régimen constitucional, siendo esencial, tampoco resulta suficiente. Recordemos la manera acertada como nuestro artículo tercero constitucional considera a la democracia “…como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento social, económico y cultural del pueblo”.

Lo que la democracia integral exige es la existencia de una ciudadanía robusta compuesta por individuos formados en el camino del conocimiento, en principios y en valores éticos para realizarse como seres humanos y para desempeñarse en la sociedad a la que pertenecen; ciudadanía con la capacidad para ejercer sus derechos individuales, colectivos y políticos; ciudadanía que pueda hacer valer la fuerza de su entendimiento y el peso de su voluntad frente a quienes ejercen el poder.

Es en estos ámbitos donde residen nuestras carencias. Educación y cultura nos han permitido alcanzar lo que hasta ahora somos y es a ellas que debemos procurar los medios para renovar políticas y métodos de trabajo que hagan posible la formación de un mexicano que ejerza tempranamente su capacidad de discernir y decidir, de apreciar el trabajo colaborativo, de practicar el diálogo y rechazar el dogmatismo. Hemos cambiado de dogmas sin dejar de ser dogmáticos.

No somos una sociedad en la que se dialogue, se respete la opinión del otro y se construya con perseverancia el nosotros. No es una sociedad democrática aquella en la que se discrimina, la que no ha vencido sus resistencias a la igualdad de género, la que no asegura el derecho de la mujer a decidir y se niega a aceptar su desempeño cuando éste supera al del hombre. No es sociedad democrática la que tolera corrupción e impunidad ante el delito, el abuso y el arrebato cotidianos; la que resulta tan permisiva de la imposición, el despojo y el engaño recurrente.

Es difícil concebir una sociedad democrática en la que el principio de confianza es tan vulnerado y permanece tan endeble. Es indispensable que las personas puedan hacer crecer la confianza en sí mismas para ser capaces de confiar en los demás; que haya confianza en las reglas que rigen la convivencia, confianza en la ley y en su observancia, en la autoridad que se rige, vela por ella y castiga a quien incumple. Confianza en que la infracción es la excepción y no la regla. El Estado aplica eficazmente la coacción siempre y cuando no esté dedicado a ejercerla.

Culturalmente es indispensable alimentar la inconformidad hacia las simplificaciones que artificialmente reducen la complejidad de nuestro ser histórico, y que obstaculizan la posibilidad de ahondar en el conocimiento de nosotros mismos, de crecer armónicamente y de alimentar en la diversidad nuestro potencial universal.

Los cambios en la titularidad del poder han introducido modificaciones de relación con la base social pero no han alterado las condiciones que permitan suplir las carencias y deformaciones de las que padece nuestra identidad colectiva.

Urgen las evidencias que desaten la confianza, evidencias favorables a la equidad construidas desde la cooperación y el acuerdo, desde el ejemplo y la capacidad de desprendimiento. Urge una actitud del poder que favorezca una colaboración poderosa y continua, que permita enterrar la sospecha y construir vínculos que se consoliden en el respeto, el diálogo y la confianza. Es indispensable poder observar una actitud del poder que renuncie a la prisa y opte por logros que resulten perdurables por ser de la responsabilidad de todos.

Miguel Limón Rojas

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