Grandes aprendizajes nos dejan estos tiempos de pandemia y confinamiento pero también grandes retos.

Se ha insistido en que que la pandemia puso de manifiesto las grandes desigualdades que enfrenta nuestro país y  que este hecho no excluye, al ámbito educativo. La disparidad económica conduce a la disparidad educativa. Sin embargo, en reconocimiento a la labor de muchos maestros y maestras, hoy me quiero referir solamente a lo que hemos aprendido y no debemos olvidar.

Las maestras y los maestros deben reconocer todo lo que hicieron y no echar marcha atrás con respecto a lo que ya avanzaron. En tiempos de pandermia y confinamiento, pusieron en marcha, en un tiempo récord, muchas de las recomendaciones que los especialistas en temas educativos venían dando desde hace tiempo. En los resultados de una encuesta llevada a cabo por Mujeres por la Educación se encontró que varios maestros hicieron hasta lo imposible por guiar y acompañar el aprendizaje de los alumnos y alumnas.

En muchos casos, ellos y ellas se adaptaron al uso de la tecnología, mejor que sus alumnos y alumnas, se dieron cuenta que jamás serían sustituídos por ella y que el miedo que expresaban sobre la posibilidad de que las nuevas generaciones supieran más sobre el uso de dispositivos y de que ese hecho pudiera dejarlos en desventaja, estaba lejos de ser cierto. Se percataron de que la mayoría de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes, son muy hábiles en el uso de la tecnología para comunicarse y jugar pero no para aprender.

Otro gran oportunidad para actuar de manera pertinente consistió en que las maestras y los maestros tuvieron la posibilidad de conocer, reconocer y acompañar a cada alumno y a cada alumna en su contexto y circunstancia; de mostrar empatía por los que no tenían recursos o se les dificultaba aprender; de buscar medios y métodos para atender a todos y todas; de “entrar en casa” de las familias y darse cuenta de las condiciones, las posibilidades y limitaciones de cada quien. 

A pesar de todas las dificultades que representó el confinamiento, pudimos ver cómo millones de maestras, maestros, madres y padres de familia trabajaron juntos para que niños, niñas, adolescentes y jóvenes siguieran aprendiendo. Se hicieron corresponsables de su educación.

Se valoró como nunca la función de la escuela; la importancia de maestros y maestras, compañeros y compañeras, amigos y amigas, la relevancia de los aprendizajes formales que sólo se aprenden en el aula, pero también se pudieron constatar y valorar todas las oportunidades y posibilidades que ofrecen los aprendizajes fuera del aula.

Para muchos niños y niñas que viven violencia intrafamiliar en sus hogares, la escuela es también un espacio de seguridad, protección y contención y hubieron maestros y maestras que tuvieron conocimiento directo de este hecho. Como nunca a la pregunta: “¿Cómo están?” Esperaban y escuchaban realmente una respuesta.

Un buen número de maestros y maestras, ante la falta de tiempo, llevó a cabo adecuaciones curriculares para elegir los aprendizajes sustantivos que niños, niñas y jóvenes debían adquirir para no rezagarse. Emplearon toda su creatividad para seleccionar los conocimientos más importantes y profundizar sobre estos. Evaluaron a los alumnos y las alumnas tomando en cuenta las posibilidades que cada quien tuvo para su desempeño y sin perjudicar su futuro.

Fueron empáticos y se pusieron en el lugar de tantas madres de familia que además de tener trabajo de oficina en casa, debían cuidar a sus hijos e hijas y ayudarlos con los aprendizajes escolares, además de encargarse de las labores del casa.

En muchas ocasiones, se puso en práctica el aprendizaje colaborativo, donde las madres de familia comunicaron a sus hijos e hijas con sus compañeros y compañeras para estudiar y trabajar juntos, para responder y despejar dudas, aprendiendo con ello el valor del aprendizaje conjunto y el de la solidaridad.

Para seguir avanzando en lo que ya han logrado maestras, maestros, alumnos, alumnas y familias se deben tomar en cuenta recomendaciones como las que hizo el gran pedagogo italiano Francesco Tonucci con respecto a que en momentos de pandemia, y yo agregaría que no solo en momentos de pandemia, aprender en casa debería ser lo más parecido a un laboratorio, donde los niños, las niñas y sus familias lleven a cabo tareas en conjunto, por ejemplo: aprender a cocinar platillos diferentes; hacer costura o tejido; pintar o dibujar; bailar, cantar o tocar algún instrumento; iniciar el aprendizaje de un nuevo idioma; ver juntos una película o leer un libro y conversar sobre ello; ver fotografías familiares y contar relatos de familia; jugar juegos de mesa; hacer jardinería, cultivar una hortaliza o sembrar una parcela.

Estas oportunidades de nuevos aprendizajes además de todo lo que conllevan, apoyan a los  aprendizajes formales que se adquierien en la escuela, por ejemplo: calcular medidas o pesos al cocinar; desarrollar coordinación viso motriz y del espacio al coser o tejer; adquirir nociones de color, proporción y figura – fondo al pintar o dibujar; desarrollar motricidad gruesa y sentido de propiocepción al bailar; favorecer nuevas conexiones del cerebro mediante el aprendizaje de un nuevo idioma o instrumento musical; desarrollar pensamiento crítico y habilidades de comunicación al conversar acerca de una película o un libro; crear lazos y sentido de pertenencia mientras se observan fotografías o se cuentan relatos de familia; desarrollar estrategias y respeto a las normas cuando se participa en juegos de mesa; valorar el cuidado de la naturaleza al hacer jardinería, cultivar una hortaliza o sembrar una parcela.

Todo esto debe permitirnos apreciar los aprendizajes adquiridos y valorar nuestras capacidades para asumir desafíos sin paralizarnos ante la adversidad.

Para el regreso a clase, cualquiera que sea la modalidad en que lo hagamos:

“Ni un paso atrás”

Por María del Carmen Campillo

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Imagen «quedarse en casa» de soumen82hazra en Pixabay